La libertad de expresión lleva consigo cierta libertad para escuchar.

martes, 30 de octubre de 2012

Consideraciones Pedagogicas

Estudio del aprendizaje.
Genie constituye un claro ejemplo de los efectos del aislamiento severo en la fase de desarrollo. En este caso no sólo se impidieron la formación de interacciones sociales, sino que los movimientos corporales estaban muy restringidos, en un entorno muy pobre en cuanto a estímulos nuevos se refiere.
Por tanto es comprensible el gran interés suscitado por la cuestión de si Genie sería capaz de aprender aquellas habilidades básicas como lenguaje, movimiento y memoria espacial, así como de establecer interacciones con otras personas y lazos afectivos.
Ya al tercer día de ser internada en el Hospital Infantil de Los Angeles comenzó a intentar vestirse sola y usar el servicio, y mostraba gran interés en nombrar los objetos que captaban su atención, a los que señalaba hasta que alguien pronunciaba su nombre.
Una vez creado el grupo de investigación, los científicos integrantes comenzaron a instruirla y a aplicarle toda clase de pruebas relacionadas con aprendizaje. Adquirió rápidamente un vocabulario de unos cientos de palabras, pero apenas hablaba, y cuando lo hacía emitía las palabras en tonos agudos y cortos, sin variación en el tono, de manera que resultaban difíciles de comprender. Se sabía que sus padres la castigaban cuando hacía ruido, y era imposible determinar si su falta de expresión oral se debía a un retraso de nacimiento o al abuso y confinamiento sufridos.
En cualquier caso, los investigadores decidieron que no es posible desarrollar el lenguaje si no existían interacciones y lazos afectivos con otras personas, así que Genie fue hospedada en una casa de acogida con el jefe de investigación.
Los niños aprenden a construir frases progresivamente, empezando con secuencias de palabras sin orden establecido hasta la formación de oraciones con sintaxis correcta, a través de escuchar a otros, de preguntar y ensayar. Es de destacar que este proceso ocurre sin una instrucción específica, por iniciativa del niño. En el caso de Genie, sin embargo, el proceso había quedado estancado en la primera fase; sólo era capaz de emitir palabras sin un orden lógico, pese a que estaba siendo expresamente educada para ello.
Algunos lingüistas de la época, como Noam Chomsky, consideraban la sintaxis como una función biológica del cerebro, innata más que aprendida de otras personas. Tal vez Genie había perdido la oportunidad de desarrollar dicha área del cerebro en el periodo adecuado (la infancia, hacia los 3 años).
Para aportar algo de luz a esta incógnita, se aplicaron pruebas neurológicas a Genie en las que era posible apreciar la actividad en la corteza cerebral. Habitualmente las personas utilizamos ambos hemisferios del cerebro al llevar a cabo una tarea, aunque más intensamente en un lado u otro según el tipo de procesamiento implicado. Por ejemplo, el hemisferio derecho está especializado en el procesamiento visuoespacial entre otros, y el izquierdo en el lenguaje, el análisis y la lógica.
En el caso de Genie se descubrió que el hemisferio izquierdo era casi inactivo, y los resultados en sus pruebas de habilidad eran las propias de una persona con el hemisferio izquierdo extirpado. Se desconoce si esta situación es producto de la falta de estimulación adecuada durante el desarrollo o bien de una deficiencia de nacimiento.
Dejando a un lado la imposibilidad de Genie para desarrollar una sintaxis, la evaluación de los tests referentes a las demás habilidades eran muy satisfactorios. Cuando no era capaz de comunicar algo verbalmente, expresaba sus pensamientos y emociones a base de trazos sobre el papel, de una complejidad y expresividad notables.
También destacaba en tareas lógicas y discriminación de patrones a partir de muestras aparentemente caóticas. Los ejercicios de memoria espacial, como reconstruir estructuras con segmentos de diferentes colores de memoria, daban a Genie una puntuación normal en adultos.
Finalmente queda destacar que el comportamiento de Genie al explorar objetos nuevos era propio de los niños de 18 a 20 meses. Al estudiar un objeto, lo palpaba con los dedos, la boca y áreas adyacentes de la cara. Su vista no había adquirido la predominancia sobre los demás sentidos, como ocurre normalmente.

Adquisición del lenguaje

Se conoce que los niños de apenas cuatro semanas de edad, diferencian unas cuarenta consonantes. Esto se ha comprobado midiendo los cambios de ritmo de la succión y latidos de corazón al escuchar las consonantes, lo que refleja que el cerebro las diferencia de manera involuntaria. Este número es superior al número de consonantes que hayan podido oír en su vida, ya que el inglés (lengua en la que se realizó este experimento) sólo contiene 24 consonantes. El resto de las consonantes serían empleadas por otras lenguas. A los seis años de edad, la habilidad para diferenciar consonantes a las que no han sido expuestos se ha reducido enormemente. Estos datos casan perfectamente con el hecho indiscutible de que tras la pubertad no es posible aprender una segunda lengua de manera natural. La lengua materna es aprendida sin esfuerzo y se domina perfectamente, mientras que una segunda lengua requiere de mucho esfuerzo y no se pronuncia, ni siquiera con décadas de uso, de forma enteramente natural.
Parece que el ser humano viene equipado de manera innata de la capacidad de distinguir un gran número de sonidos específicos para el habla, de los cuales sólo sobreviven y se desarrollan aquellos que son percibidos en el periodo preadolescente. Este periodo, llamado “período crítico”, es fundamental para el desarrollo de distintas capacidades cognitivas, entre las que se encuentra el lenguaje articulado, debido a la gran plasticidad sináptica del cerebro. Gracias a la facilidad para la creación y destrucción de conexiones neuronales, aquellas vías que reciben estimulación adecuada son fortalecidas y “eliminan” a las que no resultan tan útiles. Este modelo de desarrollo cognitivo implica necesariamente la formación previa, anterior a toda experiencia, de unos circuitos neurales básicos sobre los que se realizará el “ahuecado” que dará lugar al sistema de procesamiento maduro.
Esto nos lleva a recordar a dos lingüistas del siglo XX que basan sus investigaciones en el principio de la base biológica del lenguaje humano. Lenneberg defendió la idea del periodo crítico para el desarrollo del lenguaje, situándolo entre los dos años de edad y la pubertad. Según él, antes el cerebro es demasiado inmaduro y después carece de la suficiente plasticidad. Chomsky, por su parte, está convencido de que la gramática del lenguaje articulado (la estructura lógica que permite establecer relaciones entre conceptos expresados verbalmente, y formar así enunciados complejos) está alojada en un área cerebral específica, que necesita de exposición estimular para desarrollarse. Esta área es independiente del resto de capacidades cognitivas y contradiciendo a Piaget, no emerge de ellas, sino de forma paralela. Actualmente se ha popularizado este enfoque, que además viene reforzado por numerosos descubrimientos. Entre éstos destaca el de 12 células detectoras de rasgos que, al igual que otras son activadas por una línea en cierto ángulo, o por una figura geométrica concreta, distinguen 12 vocales correspondientes.
Hemos visto anteriormente que la actividad de los hemisferios de Genie se limitaba en su mayor parte al derecho, encargado de la percepción espacial y visual fundamentalmente. Así, obtenía resultados excepcionales en la identificación de caras, entre otras pruebas visuales. También su lenguaje se veía inclinado hacia el aspecto visual: cuando la mayor parte de los niños emplean sus palabras para describir acciones y relaciones entre personas y objetos, Genie las utilizaba para recalcar aspectos visuales de objetos, como “zapato negro” y “mucho pan”. A causa de estas peculiaridades, Susan Curtiss, la investigadora que trabajó con Genie durante varios años, llegó a pensar que tal vez la especialización del hemisferio izquierdo sólo puede producirse con el del lenguaje.
Esta especialización está sin duda relacionada con el gran interés que mostraba por explorar el entorno durante sus paseos con sus cuidadores, así como con la falta de iniciativa para hacer preguntas por sí sola. Pese a que nunca ha aprendido a distinguir entre pronombres, ni utiliza oraciones compuestas, sorprendió más de una vez a sus interlocutores refiriéndose a una acción del pasado: “Padre pega brazo. Madera grande. Genie llora,”, o bien describiendo sus emociones: “Genie feliz”.
En cualquier caso, y pese a los grandes avances realizados en la educación tardía de Genie, las grandes preguntas sobre el origen del lenguaje y su relación con el resto de capacidades cognitivas están aún abiertas.

  • Ward, Andrew. . Consultado el 2007.
  • Jacqueline Barber, Katharine Barrett, Kevin Beals, Lincoln Bergman, and Marion C. Diamond (1999). Learning About Learning. University of California, Berkeley CA 94720: Lawrence Hall of Science. 
Rymer, Russ (1999). Genie: a Scientific Tragedy. Harper Paperbacks; Reprint edition (January 12, 1994).

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